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MANOS ESPECIALES


domingo, 27 de mayo de 2012

Merecido premio al sentimiento...

MANOS ESPECIALES , desde este sitio , saluda y felicita a su padrino , sr. Oscar Baró , por el muy merecido reconocimiento recibido de parte del Centro de Artes y Letras de Florencio Varela .

Su trabajo basado en una historia de la vida real “LA NOCHE DE MARTÍN”, ganó el Primer Premio , en el Rubro Narrativa , del Certamen de Literatura ,organizado por dicho centro con motivo de celebrar su primer aniversario.

A cada palabra suele ponerle alas para que rocen su corazón llevándolo a depositarlo sobre el blanco papel.

“ La noche de Martin ” refleja la cruda realidad argentina .Narrado desde el sentimiento ,en consecuencia ,logra despertar emociones fuertes en el lector.

Narrativa totalmente luminosa ,tanto como el brillo que logra dejar Martin ,no solo en la familia de la historia , sino en el alma de los receptores de este maravilloso relato.

Felicitaciones !!!

Con orgullo , compartimos la obra y las palabras de su autor …



Miriam Rodriguez

Coordinadora

T.P.P MANOS ESPECIALES

DEBO ACLARARLES QUE SE TRATA DE UNA HISTORIA DE LA VIDA REAL QUE ME TOCÓ VIVIR, COMO ESPECTADOR SECUNDARIO, MIENTRAS ESTABA DESARROLLANDO MI TRABAJO PERIODÍSTICO.
DICEN QUE LOS PERIODISTAS TIENEN UN SENTIDO ESPECIAL PARA VER LO QUE OCURRE A SU ALREDEDOR. QUIZÁS SEA VERDAD. PERO ES EL JUICIO DE LA GENTE EL QUE DETERMINA SI UN TRABAJO ESTÁ BIEN REALIZADO O NO. POR TAL MOTIVO ADJUNTO EL TEXTO DE: "LA NOCHE DE MARTÍN" PARA QUE LA LEAN Y TENGAN LA OPORTUNIDAD DE EMITIR UNA OPINIÓN SI ASÍ LO DESEAN.
DESDE YA MI ESPECIAL AGRADECIMIENTO POR COMPARTIRLA CONMIGO


 




Historia de la vida real ….

 

La noche de Martín…

Ciudad de cemento y olores ocres donde la luz mortecina de la calle, resaltaba las sombras de una noche brumosa, fría y espectral.

Ruidos interminables de máquinas que agonizan.

A través de los vidrios empañados de esperanzas, se dibuja la figura de Martín.

Apenas tiene diez años, pero representa el hambre de muchos más. Frente a ese café, con la cara contra el vidrio, busca en el interior una posibilidad que le sirva para saciar su angustia y dolor. Tiene la piel de la tierra, pelo bien negro y ojos muy grandes.

A través de ellos mira cada una de las ocho mesas ocupadas por hombres y mujeres que, ignorando lo que ocurre afuera del salón, conversan animosamente de temas que Martín no logra entender.

No se observa la presencia de ningún niño, Martín sabe que, si hay chicos, el corazón de los mayores se sensibiliza, aunque más no sea para quedar bien.

Mientras espera, Martín sueña. Como todo pibe de su edad sueña con ser algo. Ese algo tiene alas de aviador, jugador de fútbol, bombero, taxista y hasta colectivero. Estaba muy metido en sus pensamientos... su estómago lo hizo volver a la realidad... sonido gutural de aquellos que lo tienen vacío.

Piensa para sus adentros –a lo mejor esta noche tengo suerte y puedo conseguir algo.

Mientras tanto piensa, pero ahora su mente viaja hasta su casa. La casa que comparte con sus padres –desocupados -, y cuatro hermanos. Son muchas bocas para alimentar. Por eso no quiere ser una carga y trata de sostenerse como puede.

Apenas tiene diez años y la vida lo viene marcando desde su primer llanto.

Las luces del patrullero lo ponen nervioso. No quiere terminar a disposición de un Juez de Menores. No quiere que tengan que venir a buscarlo para salir. No quiere pasar una sola noche en la comisaría.

Se refugia en las sombras de esa calle opaca, llena de sombras y ese olor ocre que penetra muy profundo. Hasta lo más hondo de su cuerpo.

Queda paralizado. Casi no respira. Sus ojos buscan el destino del patrullero. Cierra sus ojos por unos segundos. A su manera, eleva una oración pidiendo ayuda. Hace mucho que no va a la iglesia, por lo tanto está convencido que Dios no tiene tiempo para él. Tiene cosas más importantes. El mundo está muy complicado para que Dios pueda dirigirle una mirada. Pero, por las dudas, cierra sus ojos y reza.

Su oración interior se eleva como los pájaros. Hasta le parece que está cantando. Sus oídos escuchan el sonido de su voz. Abre los ojos y al ver que el patrullero se alejaba, eleva su mirada al cielo como agradeciendo.

Ahora falta el milagro, mirando al cielo y sonriendo, su pequeña cabecita piensa: “si ya me ayudaste con la poli, solo te pido un esfuerzo más, que venga alguien con chicos para tener la seguridad de que algo... me van a dar”.

Una vez más cierra sus grandes ojos y siente que se acerca gente, se percibe las risas de niños. Mirando, con los ojos húmedos al cielo, siente que todo su cuerpo y... su alma... dicen gracias... muchas gracias.

Efectivamente, ingresan al local, un matrimonio con sus tres hijos. La mayor, es una mujer, adolescente, que no para de reírse de las ocurrencias de sus dos hermanos. Casi puede jurar que tienen su misma edad, quizás uno sea mayor que el otro. A simple vista no se puede apreciar. Ocupan una mesa y el mozo les alcanza el menú. Todos quieren cosas distintas, pero el padre, que tiene pinta de laburante, impone su condición y le solicita al mozo una pizza grande, una cerveza y tres gaseosas.



Quiere entrar, pero se queda mirando emocionado la escena familiar. Cómo quisiera que su familia pudiera tener lo mismo. Salir con los “viejos” y los hermanos. ¡Que lindo sería! Hace tanto tiempo que no lo hacen que ya ni se acuerda cuándo fue la última vez. El rugido del estómago lo pone nuevamente con los pies sobre la tierra. Mira una vez más por la ventana, se anima y entra.

Se acerca temeroso, hasta le tiemblan las piernas, pero el estómago manda. Mirando a los padres les pregunta -¿tienen algo para darme? Los hijos del matrimonio lo miran curiosamente y luego fijan sus miradas en sus padres. Esperan la reacción. El hombre pone su mano en un bolsillo del saco y le da un billete de cinco pesos. Luego de agradecer, Martín se dirige al fondo del salón. Se pierde entre las mesas, los mozos y los clientes. Hace su pedido. Solamente tuvo que gastar tres pesos de los cinco que había recibido. Le quedan dos pesos. Los mira y piensa en comprar algo para llevar a casa, o utilizarlos para viajar mañana en búsqueda de una mano extendida para toda la familia.

Así, con la vista fija en las dos monedas de un peso, viene desandando el camino hacia la puerta.

Ya está, ya sabe que tiene que hacer.

Muy respetuosamente, se acerca a la mesa del matrimonio con los tres hijos, y mirando al hombre directamente a los ojos, le dice con voz queda:

Señor... de los cinco pesos que me dio, solamente gasté tres... aquí tiene el vuelto, son dos pesos sabe... Gracias.

La mesa tenía un brillo especial. Sus ocupantes no entendían nada. El hombre le dijo: -no hijo quédate con el vuelto... es tuyo. Gracias a ti por esta lección de vida.

Mirando a su familia les dice: “realmente tenía hambre... pobre hijo...” Todos se quedan mirando como se aleja y, finalmente, su figura es tragada por la oscuridad de la noche… la noche de Martín.

 

Oscar Fernando Baró

 

 

 


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